'El retrato de Dorian Gray' de Oscar Wilde: sobre caricatos y diletantes
El retrato de Dorian Gray es la única novela de Oscar Wilde, más conocido por sus obras de teatro y su poesía. Publicada por primera vez en 1890, es una novela que también funciona como catálogo que recoge todas las ideas y obsesiones de Wilde. Y también con un estilo muy teatral, donde los protagonistas, como en una película actual, miran a cámara mientras declaman su discurso.
A diferencia de parnasianos como Baudelaire y simbolistas como Rimbaud, auténticas estrellas de rock, Oscar Wilde juega a provocar pero sin llegar hasta las últimas consecuencias. Ridiculiza a la sociedad y a su clase social pero no puede vivir sin ella. Lo de escandalizar, la bohemia y el decadentismo son más pose estética que actitud vital. Todo dentro de unos límites. Y eso que se le acabó yendo de las manos, condenado a pena de cárcel por homosexual y después pobre y exiliado en París. Apartado de la sociedad.
La historia de la novela gira alrededor del protagonista, Dorian Gray, un joven que posa como modelo el pintor Basil Hallward. En casa de Hallward conocerá a Lord Henry Botton, que alabará su belleza y ejercerá una mala influencia sobre el joven Gray llenándole la cabeza de ideas y teorías decadentistas. Gray, sabedor de su belleza perecedera, maldecirá a Basil y a su retrato, que no envejecerá ni un instante mientras él tendrá que afrontar la corrupción de la edad. En un arrebato, expresa su deseo de vender su alma a cambio de no envejecer y de que envejezca su retrato en su lugar. Sin embargo, como muchos de estos deseos, tiene otro reverso no deseado. Pasan los años y Dorian Gray no envejece, pero sí lo hace su retrato. Y no sólo eso, sino que funciona como retrato de su alma. En la idea de que nuestra apariencia, nuestra cara, es un reflejo de eso que llaman alma, el retrato de Dorian se transforma cada vez que comete una mala acción. Y esto es bastante a menudo. Incluso cuando Dorian quiere cambiar y ser buena persona, las cosas no le salen como desea. Al final, en otro arrebato fatal, acaba apuñalando el retrato que, como todos sabemos, no deja de ser él mismo. Los sirvientes descubren el retrato de un joven Dorian junto al cuerpo de un viejo deforme apuñalado.
En El retrato de Dorian Gray desfilan todas las ideas sobre arte y belleza de Oscar Wilde. También las críticas a la sociedad de su época, y sin quererlo, también un retrato poco amable de esa sociedad. Como en Stevenson y su El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, subyace la dualidad de la sociedad bien victoriana. Una dualidad que refleja la hipocresía de su moralidad, que mientras predican una cosa, hacen la contraria. Algo que todavía se puede observar en la sociedad británica, que mientras te dan un empujón, sonríen pidiéndote disculpas. Es el eterno debate entre el fondo y la forma. En la sociedad victoriana puedes ser lo que quieras, pero tienes que aparentar lo contrario. Dorian es una persona sin moral y sin escrúpulos, dedicado a experimentar con todo lo que se puede experimentar: drogas, mujeres, hombres, mentiras... Mientras que toda esa corrupción no se refleje en su aspecto físico, puede seguir engañando a la sociedad en la que vive. Es el retrato el que paga las consecuencias de sus acciones.
El retrato de Dorian Gray es mi primera relectura del año. Igual hace, fácilmente, quince años de la última vez que lo leí. Y con Oscar Wilde me pasa como me pasa con algunos grupos de música que escuchaba de adolescente. Que están bien pero que ahora me gustan otras cosas diferentes. Wilde, más allá de nostalgias por otros tiempos, es una lectura adolescente. Como Poe, o como más adelante otros autores como Bukowski que me fascinaron, con el paso de los años pierden su brillo. Y es más fácil verles los defectos. Pero si uno es un poco indulgente, se pasan por alto esos defectillos y se disfruta de su lectura. El retrato de Dorian Gray es un libro que recordaba diferente y también mejor, pero que he disfrutado bastante. ¿Quién no quisiera ser siempre joven? Sobre todo ahora, que aparecen las primeras canas y las primeras arrugas. Aunque siempre está la opción de envejecer como Nick Cave.
Wilde, O. (2001). El retrato de Dorian Gray. Espasa Calpe.
30 de junio de 2022, 8:18
Yo solo venía aquí a presentar la solicitud para envejecer como Nick Cave XD.
El retrato de Dorian Gray la tengo casi olvidada, hasta el punto de recordar más la versión lite de los libros de lectura resumidos para las clases de inglés (de esos en los que hacían la adaptación según fueras begginer, medium level o advanced) que la totalidad del texto íntegro. Claro que Gray es un personaje al que le ha pasado como Hyde o Dracula: ha trascendido la idea de este y lo que representa más allá de la narración original.
De Wilde siempre me gustó mucho más El fantasma de Canterville, por su sentido del humor y porque hoy esa novelita pide a gritos su versión moderna ambientada en un airbnb.
30 de junio de 2022, 13:58
Sigo sin leer a las Brontë por culpa de un Jane Eyre para begginers que se me atragantó en el colegio. Ni olvido ni perdón XD.
La idea detrás del libro, el no envejecer, es bastante potente. Pero la realización no me parece a la altura. Para diálogos chispeantes está mejor La importancia de llamarse Ernesto. O como muy bien apuntas, sus cuentos. Creo que la edición que tengo es una juvenil de Espasa Calpe que me compraron mis padres. Recuerdo con mucho cariño al fantasma de sir Simon. Además me acuerdo de que esperaba una narración tipo Poe y lo que me encontré, aunque distinto de lo que esperaba, me gustó mucho. Aunque en poesía, La balada de la cárcel de Reading también me parece una obra notable. Pero otras cosas como Salomé las meto en el mismo saco que esta novela, ya no me fascinan.
Yo esa adaptación de El fantasma de Canterville la veo, pero dirigida por Rob Savage, el de Host y Dashcam. Por pedir...