Largo fin de semana es un thriller psicológico y de terror australiano dirigido por Colin Eggleston. Protagonizada por John Hargreaves y Briony Behets, el guion corrió a cargo de Everett De Roche, que ese mismo año también escribió el de otra película de culto australiana, Patrick. De hecho, De Roche es el guionista responsable de los guiones de otras películas de terror australianas como Harlequin, Fortress, Carretera mortal y Razorback. El director, Colin Eggleston, tuvo menos éxito. Venía de escribir y dirigir series de televisión, una película erótica y poco más. Largo fin de semana es one hit wonder. Película que pasó bastante desapercibida en su país y que a través de cierto éxito internacional desarrolló un culto que llega hasta nuestros días. Intentó repetir éxito con Sky Pirates, donde contó otra vez con John Heargreaves de protagonista, y Cassandra, pero no acabaron de funcionar tan bien como Largo fin de semana. Después de eso, un telefilme y el retiro.

Peter y Marcia son un matrimonio en problemas que van a pasar unos días de vacaciones a una playa perdida australiana. Los conflictos de pareja se nos muestran desde el principio, y conforme avance la película, descubriremos las miserias que se ocultan en muchas de sus interacciones. Infidelidades, abortos, sexo y conformismo son algunos de sus problemas. No hace falta un experto para saber que si tienes problemas de pareja, no es buena idea hacer un viaje juntos. Y desde luego mucho menos a mitad del campo. Porque Peter y Marcia son unos urbanitas que en medio de la naturaleza se encuentran todavía más perdidos. Algo que entre cerveza caliente, libros guarros y discusiones, acabarán descubriendo demasiado tarde.

¿Hay algo que dé más rabia que una pareja que se viste igual?

La colonización de Australia, además de casi borrar a la población autóctona, también trajo consigo algunos traumas para sus nuevos pobladores. En muchas obras de ficción australianas, especialmente en el cine, se puede apreciar ese miedo a la naturaleza. El entorno natural supone una amenaza en un país que es un continente, escasamente poblado, muy diferente geográfica y climáticamente del país colonizador, y que después de generaciones, sigue generando cierto desasosiego entre la población blanca, como si estuvieran fuera de lugar. En Picnic en Hanging Rock, pese a ser una producción totalmente distinta, se puede apreciar esto: la escena con el típico policía vestido con uniforme negro inglés sudando lo que no está escrito en medio del monte. Según avanza la trama, la naturaleza que rodea a Peter y Marcia se vuelve más y más amenazadora. Están fuera de lugar. Y a diferencia de la idea de frontera estadounidense, que está para ser domeñada y conquistada, aquí la frontera siempre es un lugar hostil imposible de derrotar, demasiado inabarcable para ser civilizado y demasiado inhóspito para ser habitado.

Largo fin de semana hace muy bien dos cosas, diseccionar la vida de una pareja degradada mientras juega al despiste. En la estación de servicio que hay antes de llegar a su destino, uno de los clientes se queda mirando fijamente a Marcia mientras Peter llena un tanque de gasolina; ¿puede ser que nos encontremos ante un asesino en serie? Antes incluso de llegar a esa estación de servicio la radio habla sobre un posible avistamiento OVNI y pruebas nucleares; ¿serán los extraterrestres? O cuando se dispara accidentalmente un arma cuando ya han acampado, ¿es realmente un accidente o ha sido Peter queriendo asesinar a su mujer? La película ofrece distintos posibles caminos mientras crece la tensión entre la pareja y la naturaleza se vuelve más amenazadora. De hecho, estas dos cosas avanzan de manera paralela. Cuanto más se degrada su relación, más perdidos están en medio de una naturaleza hostil.

Largo fin de semana es una película que bebe del cine de Hitchcock y que se maneja muy bien entre las fronteras del thriller psicológico y el terror. Además, lo hace con un muy escaso presupuesto. La mayor parte del metraje sólo cuenta con el actor y la actriz protagonista, rodando en exteriores y con unos bien cuidados y editados efectos de sonido que añaden más tensión a la trama. No hacen falta asesinos en serie, monstruos ni extraterrestres para darse cuenta de que el enemigo somos nosotros mismos. Y que beber cerveza caliente y fregar los platos con agua sucia son costumbres anglosajonas que nunca entenderé.