'El monte de las furias' (2025) de Fernanda Trías: la guardiana de la montaña
Fernanda Trías (1976) es una escritora uruguaya afincada desde hace más de diez años en Bogotá. Después de Mugre rosa (2020), su novela distópica sobre una pandemia, llega esta El monte de las furias (2025), más difícil de catalogar. Gótico andino, como la obra de Mónica Ojeda, con la que tanto comparte, puede ser un buen cajón donde meter a esta El monte de las furias.
En El monte de las furias una mujer vive en la montaña, contratada suponemos que por la compañía que explota la cantera cercana, y encargada del mantenimiento de una casa y el terreno circundante. Un poco como en las novelas de García Márquez, en las que llegaba la compañía gringa a explotar la región. La llegada de una cantera a Pueblo Pobre con la promesa de la prosperidad, transforma esa región a peor. Si ya las zonas rurales están abandonadas de la mano de dios, donde no llegan el Estado ni un mínimo de políticas públicas, la instalación de una mina supone una agresión a sus habitantes y a su medio.
Vertebran también esta novela la furia, sentimiento vedado a las mujeres, y el lenguaje. La protagonista vivió una infancia de maltratos a manos de su madre, que la sacó de la escuela. El "veneno", como ella lo llama, es la furia que le impele a autolesionarse. Igual que a su madre, ese "veneno" la hace llorar y maltratar a su hija. Lo mismo sucede con la abuela, que frunce los labios por culpa de la furia. Una furia causada por el abandono estatal y por todas las violencias que atraviesan la vida de estas mujeres. No hay figuras masculinas, no hay padres, no hay maridos, todos desaparecidos por las otras violencias que los desaparecen, dejando a estas mujeres solas. Sólo queda una rabia que ni tan siquiera puede ser nombrada, la ira transgeneracional que las envenena.
Fernanda Trías es uruguaya, aunque reside en Colombia. Previamente, también ha vivido en Francia y España. Este carácter nómada de la autora impregna El monte de las furias, cuya acción transcurre tiene en un no-lugar. La protagonista vive en una casa en la montaña, en pleno bosque de niebla. Un paisaje andino, colombiano. También los personajes hablan en una variedad dialectal similar a la que se habla en Uruguay, con algunas palabras colombianas que se cuelan por la novela de vez en cuando. Esto último no es tan fácil de apreciar por un lector de este lado del Atlántico, pero sí ese no-lugar. El pueblo es "Pueblo pobre", la protagonista es "Mujer", su amante es "el hombre de la montaña"... Todo es vago y etéreo, como si no existiera realmente. Algo que preocupa a Trías, que experimenta con el lenguaje en forma de epigramas y dibujos a lo largo de la novela. Para Trías, a veces las palabras no bastan para describir realidades, como puede ser el caso de la Naturaleza y la furia. Un viaje que recuerda al Altazor del chileno Vicente Huidobro, esa caída del lenguaje.
La novela es un diálogo de la protagonista con ella misma, a través de los cuadernos que escribe. No los escribe para que los lean otros, sino para entenderse ella. Y también existe el diálogo con la montaña. De hecho, la montaña tiene voz propia en algunos fragmentos de la novela. Esta dificultad con el lenguaje antes mencionada parte de esta comunión entre mujer y montaña, esta experiencia mística que la mujer no puede llegar a describir porque el lenguaje humano no alcanza para hacerlo. Ella narra su propia historia sin esperar a otros, en este caso hombres, que cuenten quién era y cual era su relación con la montaña. Como la conexión con la naturaleza y el lenguaje, con el Popol Vuh y su mito de la creación muy presentes: existimos para cuidar(nos).
Es Fernanda Trías una escritora ajena a presiones editoriales y plazos de entrega. Su próxima novela, de haberla, tendrá que ser cuando tenga que ser. El monte de las furias es una gota de resistencia. Necesitamos más guardianas de las montañas.
Trías, Fernanda (2025), El monte de las furias. Random House.





11 de noviembre de 2025 a las 9:37
Hace tiempo había visto un reportaje (en un programa de Iker Jimenez, lo reconozco) sobre un pueblo minero que de forma similar, se había convertido en un microcosmos. Dirigido únicamente por la empresa gestora de la cantera, este contaba incluso con su propia moneda de cambio. La impresión que daba era precisamente la de ese aislamiento de todo, de una comunidad más allá de la económica, de un estado como proveedor de servicios, y de otros enclaves. Quizá fuera de algún modo una de las referencias para el libro.
Es interesante también que se centre en la violencia del entorno femenino, en lugar de tirar por la vertiente más maniquea de "patriarcado malo, las mujeres son todas buenas y nos cuidamos unas a otras", o que no utilice ningún nombre propio para personajes ni lugares: si no tiene nombre, en cierto modo se convierte en un no lugar, en una historia más relacionada con conceptos y no con ideas concretas.
11 de noviembre de 2025 a las 10:11
A mí me recordó un montón a "El país de las últimas cosas" de Paul Auster, un no-lugar dejado de la mano de dios que parece irreal. Tampoco da muchos detalles sobre la vida urbana o la cantera de la que vive el pueblo, son una parte más de la montaña. Me interesó el concepto de "inteligencia vegetal" del que habla en alguna entrevista la autora, muy Íker Jiménez xD.
Me parece que una de las cosas que tienen en común todas estas autoras latinoamericanas es que no suelen ser maniqueas. Las mujeres suelen aparecer retratadas como víctimas pero también como victimarios. Está el patriarcado, pero también la clase social y otro tipo de violencias que las hacen ambivalentes, porque suelen ser ambas cosas.