Mariana Enríquez es junto a Samanata Schweblin una de las escritoras argentinas más reconocidas de su generación, al menos una de las más traducidas, lo que no es poco teniendo en cuenta otros nombres como Selva Almada, Ariana Harwicz o María Gainza. Tampoco es una desconodida para el aficionado al terror, ya que con sus dos colecciones de cuentos, Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, consiguió traspasar fronteras y derribar la barrera del género. Que te publique una editorial como Anagrama tu colección de cuentos de terror tiene bastante mérito. Ya sabemos cómo va esto del prestigio y los intangibles. También demuestra, si hacemos caso a Umberto Eco, como los apocalípticos van perdiendo la guerra contra los integrados. Hay mucho del empeño de un editor, Jorge Herralde, pero no se explica el éxito de la obra de Mariana Enríquez sólo por eso.

Nuestra parte de noche es un novelón en todos los sentidos. Es una obra extensa, que recoge varias de las obsesiones que ya aparecían en otras obras anteriores. Decía Bioy Casares en una entrevista ya en sus últimos años que un escritor siempre cree cuando es joven que trata y aborda muchos temas, pero que si llega a viejo, se da cuenta de que su obra es monotemática. Además de extensa, es una obra perturbadora, desasosegante por momentos. Es un libro que te atrapa mientras lo lees y que cuando lo terminas, la historia sigue dando vueltas en tu cabeza. Al igual que con los clones de Nunca me abandones, quieres saber más esos personajes y sobre esa historia que te ha dejado tan mal cuerpo después de leerla.

Nuestra parte de noche es una novela de terror, pero también otras muchas cosas más. Es una novela política, de iniciación, también hay espacio para la crónica... Tiene diversas partes y narra distintos tiempos, desde los años sesenta hasta casi finales de los noventa. Empieza con el viaje de un padre y un hijo a casa de los padres de la mujer/madre muerta. Ese recorrido que hacen, desde Buenos Aires al norte del país, sirve de presentación de los personajes y de la trama. Juan, el padre, es el médium de la Orden, una sociedad secreta en tratos con la Oscuridad. Su hijo pequeño, Gaspar, es el designado por la Orden para ser su sucesor y el recipiente de su conciencia. Porque sí, a los ricos no les basta con querer ser más ricos, ahora también quieren ser inmortales. Y necesitan a Juan, el médium más poderoso que han tenido, para realizar el Rito que llame a la Oscuridad.

¡Padre, lo de Wikileaks!

La relación paterno-filial entre padre e hijo recuerda a La carretera y a Salem's Lot, especialmente la primera. Esa relación es también una relación de poder donde el padre no duda en ejercer la violencia sobre el hijo, aunque sea para salvarlo. También es una lectura de la paternidad, que exige amor incondicional y el último sacrificio, que es el sacrificio de uno mismo. También está la idea de la herencia, de la sangre, de la historia que se repite. Gaspar hereda las capacidades y los poderes de su padre, pero también su ira y su violencia. Este repetir la historia no es sólo el del hijo, sino el de todo un país, Argentina: crisis, tras crisis, tras crisis. Dictadura, miseria, apagones, desempleo... Así hasta el infinito, o hasta que alguien se planta y decide romper ese círculo vicioso.


No sé si ha sido, como cantaban Placebo en English Summer Rain, esta 'lluvia que parece durar eternamente' lo que me ha afectado más de la cuenta, pero Nuestra parte de noche ha entrado a formar parte de una de esas historias que te persiguen durante años. Los que os acerquéis a la novela por primera vez perded toda esperanza al entrar, pero disfrutad, malditos, disfrutad.