Más allá de la polémica con su editor, Gordon Lish, o del lugar que le han asignado dentro de la Literatura, Raymond Carver es uno de los mejores aurotes de relatos. Una frase o el silencio de un personaje bastan para dar verosimilitud a sus relatos, pero también con una frase o un silencio hace acto de presencia lo inesperado. La violencia, la apatía, la locura o el tedio están sintetizados en ausencias y sobreentendidos, creando una sensaciación de cotidianeidad inquietante, basada en lo irracional e incomprensible de la misma. Por eso Carver no es un autor costumbrista, dedicado a capturar en sus narraciones pequeños pedazos de vida, sino que escribe sobre pequeñas epifanías de lo cotidiano y las emociones y sensaciones que éstas generan. A partir de la frase «Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono.» es capaz de crear un trasfondo verosímil y de extraer de él una sensación de absurdidad y desconcierto. La cita que transcribo a continuación es un pequeño fragmento de De qué hablamos cuando hablamos de amor.

Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona.