'Infini': ciencia ficción australiana
Es mencionar las palabras «ciencia ficción» y «Australia» y pensar inmediatamente en Mad Max. La verdad es que desde las antípodas no nos llegan muchas películas de ciencia ficción. Salvo la excelente Triangle, poco más ha llegado al mercado internacional. Ha habido que esperar hasta 2015 para que nos llegaran dos estrenos, Terminus e Infini, que sin hacer mucho ruido, sí han logrado trascender sus fronteras naturales.
Shane Abbess es el encargado de dirigir esta película. Antes, Abbess sólo había dirigido Gabriel, una película con estética Underworld que sí tuvo algo de recorrido comercial en 2007. No era gran cosa.
Infini se sitúa en el futuro, en un siglo XXIII donde la mayoría de la población (eso me suena) vive en la más absoluta pobreza. La única manera de salir de ella es formar parte de los trabajadores interplanetarios, encargados de explotar los recursos de otros planetas y de garantizar la seguridad de dichos enclaves. La premisa, como se ve, es bastante atractiva. Y dura lo que duran los títulos de crédito iniciales, que es donde, al estilo Star Wars, se nos da esta información.
Lo normal en este tipo de producciones es partir de dicha premisa atractiva, tener un desarrollo aceptable y un final regulero. Es ley de vida. Y ahí es donde Infini desconcierta un poco y no encaja en este modelo. Descarta enseguida la premisa atractiva, tiene un desarrollo regulero y termina con un final aceptable. Hay una alteración de los factores que en este caso sí afecta al producto. Ojo, que no estamos hablando de ninguna obra maestra, pero sí de una película que tiene momentos interesantes.
Una vez abandonada la premisa distópica y con una gran carga de crítica social, la película transita por lugares comunes trillados mil veces. Si alguien habla de un lugar cerrado donde un parásito extraterrestre capaz de replicar cualquier forma asesina a un grupo de humanos que no pueden huir de ese sitio, todos pensamos en La cosa, de Carpenter. Que tampoco se inventó nada, sólo hay que leer Diez negritos para comprobarlo.
Y el final, que poco tiene que ver con el desarrollo de la historia salvo que entendamos éste como un mal necesario para llegar a una conclusión determinada, filosofa sobre la condición humana. Es la reflexión final la que en cierta manera salva un poco de la quema a la cinta, que pasa de lo intrascendente a lo trascendente. Y sale bien parada.
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