Si alguien oye hablar de Espartaco, probablemente lo relacione enseguida con la película del mismo nombre o, más recientemente, con la serie de televisión. Pocas personas se acuerdan de la novela de Howard Fast, la que inspiró la película de Kirk Douglas. El propio Fast, militante de izquerdas, fue represaliado por su activismo y juzgado, llegando a pasar unos meses en la cárcel. También tuvo imposible trabajar bajo su nombre, teniendo que adoptar distintos pseudónimos para poder sobrevivir. Sería otro militante de izquierdas, Dalton Trumbo, el que adaptara la novela de Fast al cine.

Fast se inspiró en la III Guerra Servil, la que enfrentó a los esclavos contra la República de Roma entre el 73 a. C. y el 71 a. C. A diferencia de lo que sucede en la película, Fast nos da a conocer a Espartaco a través de otros personajes, creando una narración poliédrica que empieza con la reconstrución de su historia cuando ya sabemos que está muerto.

Toda la novela, la rebelión de los esclavos liderada por Espartaco, es una alegoría política sobre el momento histórico que vivía el mundo en 1951, y poco ha cambiado la cosa desde entonces. De un hecho histórico, que podría ir no más allá de una narración histórica, Fast construye un relato que permite al lector pensarse a sí mismo y pensar el lugar que ocupa en el mundo. Tampoco se trata de una obra de propaganda, sí de una obra política que invita a la reflexión.

Espartaco es un símbolo universal de la lucha por los derechos individuales y colectivos de una mayoría oprimida. El temor que inspiraba Espartaco a Roma es el miedo de los poderosos a perder sus privilegios. Aunque de final trágico, toda la historia funciona en la construcción de ese mito y en una invitación a pensar. De rabiosa actualidad, merece la pena darle una oportunidad y disfrutar con su lectura. Todos somos Espartaco.