'El país de las últimas cosas' de Paul Auster: el tiempo de la incertidumbre
El país de las últimas cosas es una novela del escritor estadounidense Paul Auster publicada en 1987. Un Paul Auster que empezó su carrera como traductor y poeta en los setenta y que a mediados de los años ochenta explotó como novelista con, estre otras, esta novela. La novela fue rápidamente traducida en España por Edhasa, cuya primera edición data de 1989. Luego conocería otras reediciones en Anagrama y actualmente en Booket.
El país de las últimas cosas es una novela epistolar en apariencia. Una larga carta escrita por la protagonista, Anna Blume, que nunca sabremos si llega a sus destinatarios. También es una novela que se acerca a un género como la ciencia ficción planteando un futuro distópico, adelantándose a lo que Kazuo Ishiguro haría casi dos décadas después con Nunca me abandones: dar con cuentagotas información sobre ese mundo postapocalíptico centrándose en la protagonista y su historia.
Anna Blume es la protagonista de El país de las últimas cosas. Es una joven que tras la desaparición de William, su hermano, va a buscarla a una ciudad sin nombre donde la civilización está colapsando. William, periodista, es enviado a esta ciudad para escribir un reportaje. Pero desaparece sin dejar rastro y sin dar señales de vida. Anna decide ir a buscarlo. Para ello tendrá que introducirse en esta ciudad sin nombre. La larga carta que escribe Anna es en gran parte la crónica no escrita por su hermano William. Por Anna conocemos que esta ciudad sin nombre de un país sin nombre está colapsando. Todo en ese mundo en el que habita Anna ahora es una imagen distorsionada de nuestro mundo actual. El gobierno, la sociedad, la cultura... hasta el propio clima. Y sin embargo es esta ciudad del hambre y la miseria, donde el gobierno prohíbe las inhumaciones porque quemar cadáveres es una fuente de energía, donde el frío parece siempre eterno, el lugar en el que Anna encuentra la felicidad.
El país de las últimas cosas es una novela con muchas capas de subtexto donde quizás los más importantes son el amor por la escritura y la importancia de la memoria. Anna cuida de una anciana que en sus últimos momentos sólo es capaz de garabatear unas palabras en un cuaderno para comunicarse. Para Anna ese cuaderno con esas palabras escritas en él es algo valioso, y lo utiliza para escribir su larga carta, que no deja de ser un acto inexplicable y bello al mismo tiempo: todo se derrumba, todo se corroe a su alrededor, pero ella ocupa su tiempo en escribir una carta que no sabe si podrá enviar. Y lo hace para consignar su vida y la vida de los que le importan. Una suerte de existir a través de la palabra escrita, una búsqueda de la inmortalidad a través de la memoria.
La novela bien podría entrar en la categoría de ficción extraña o weird fiction. El viaje de Anna Blume a la ciudad sin nombre es como el viaje de Alicia a través de la madriguera. Anna habita en un mundo que es parecido al nuestro pero que tiene elementos que producen extrañamiento, más allá de la propia distopía que Anna consigna en su carta. No es que todo se desmorone, se gaste, se corrompa, es que esta descomposición también afecta a la mente. Uno de los personajes con los que se topa Anna desconoce lo que es un avión. Cuando Anna se lo describe lo califica de tontería. Ahí es cuando Anna se da cuenta de que ella también sufrirá este proceso degenerativo que afecta a todo y a todos. Ella también perderá la memoria. Y aunque es algo sobre lo que no vuelve de manera explícita la novela, de manera implícita sí que está presente: el deterioro de la civilización viene de la mano del deterioro de la memoria. Es un elemento aterrador de un mundo aterrador que sin ser tan crudo como El camino de Cormac McCarthy, sí hace que la novela bordee los márgenes del terror.
El año pasado aproveché para releer Drácula, Frankenstein, Nunca me abandones y El misterio de Salem's Lot. Este año le ha tocado el turno a H. G. Wells y a Paul Auster. Un autor, Auster, que junto a otros autores del catálogo de Anagrama como Bukowski y Carver me fascinó de adolescente. Y más allá de nostalgias varias, para mí sigue teniendo esa capacidad de seducción y de generar incertidumbre. Y hablando de relecturas, tendría que probar con El orden alfabético de Juan José Millás, cuya primera parte en mi recuerdo se parece bastante a este El país de las últimas cosas.
Auster, P. (2005). In the Country of Last Things. Faber.
Auster, P. (2001). El país de las últimas cosas. Anagrama.
6 de octubre de 2022, 13:08
Había leído la Trilogía de Nueva York no me esperaba que tuviera también un componente weird, transitando entre lo real y lo irreal, y menos que hubiera escrito fantástico más de una vez.
Es curioso como muchos autores no de género consiguen moverse muy bien incorporando elementos irreales (desde La carretera hasta esos clones de Ishiguro) y..bueno, que sorprendentemente, con unos apuntes breves y unos diálogos, desarrollan un mundo más sólido y comprensible que el descrito en muchas páginas abiertamente fantásticas.
Lo de los cadáveres...por favor, que no lo lea ningún periódico mayoritario o mañana encontraremos un artículo: "El corpse burning, la moda que hace furor para calentar las casas de forma ecológica". XD
1 de noviembre de 2022, 16:55
Igual es que de tanta literatura y cine de género estoy medio trastornado y ya veo weird donde no hay weird, que también puede ser xD. La atmósfera sí que recuerda un poco a esa Trilogía de Nueva York, especialmente a Fantasmas. Tiene un poco de los clones de Ishiguro, también, y transita por el territorio de lo irreal en muchas ocasiones. La verdad es que he disfrutado mucho de la relectura.
Oye, mejor quemar cadáveres para paliar la crisis energética que no convertirlos en soylent green xD.