The 100 es una de esas series en las que a priori uno ya sabe qué se va a encontrar. Emitida por The CW, la serie está basada en una trilogía literaria juvenil, de las tantas que intentan imitar (sin éxito) Los juegos del hambre. Esta combinación, cadena de televisión muy de nicho adolescente y trilogía literaria anodina, no presagiaban nada bueno. Y, sin embargo, su primera temporada sorprendió. Aunque con concesiones, se despegó de lo que era habitual en The CW y de la trama del libro, añadiendo matices propios. De matrícula fue su segunda temporada, que amplió aún más el universo de The 100.

Esta tercera temporada ha ido de menos a más. Ha intentado ampliar el universo de The 100, sobre todo introduciendo la Nación del Hielo y conociendo más a los terrestres. Las divisiones internas con Pike, la Ciudad de la Luz, la evolución de personajes como Bellamy... Ahí ha residido el fallo, en querer abarcar mucho en unas tramas que han avanzado buena parte de la serie sin encontrarse. El mejor ejemplo es el de ALIE y la Ciudad de la Luz.

La revelación de la otra inteligencia artificial, la que pasa de comandante en comandante, y la búsqueda de una huésped para alojarla, ha dado coherencia y unidad interna a la temporada. En el capítulo polémico donde se revela este secreto, con la muerte de Lexa, todas las tramas confluyen y ALIE y la Ciudad de la Luz se convierten en el verdadero enemigo. Clark, como en las dos temporadas anteriores, tendrá que tomar una decisión nada fácil. También conocemos más el trasfondo de la historia de The 100 y el motivo por el que la humanidad casi se extingue.

Una vez más, y pese a los problemas iniciales, The 100 demuestra que es mucho más que una serie para adolescentes. Los personajes se enfrentan a decisiones y dilemas morales complicados, y la serie es coherente con ellos. La de Clark es afrontar el dolor, no ignorarlo para vivir en esa especie de Matrix que ofrece ALIE. Esta decisión marcará la próxima temporada, en la que tienen que conseguir parar otro apocalipsis.