Dentro de este empacho de películas de superhéroes en el que vivimos, parecia que Suicide Squad iba a ofrecer algo distinto. El espíritu del cómic es muy parecido a Doce del patíbulo sin el entrenamiento para la misión que sí vemos en la mítica película de Robert Aldrich. David Ayer dirige una película que, a pesar de su buena taquilla, no puede ocultar los numerosos fallos de los que adolece.

El escuadrón suicida tendrá que hacer frente a la amenaza de Encantress, una deidad que ha poseído a la doctora June Moone, antes bajo control de Amanda Waller, y que quiere acabar con la humanidad. A la cabeza de los voluntrios forzosos reclutados por Waller está el coronel Flag, a la postre novio de Moone y máximo interesado en salvarla. Obviamente, no será tarea fácil. A partir de ahí, la película discurre con muchas escenas de acción, un metraje, a mi juicio, excesivo, un abuso del CGI y un montaje bastante regulero.

Ya desde el principio la película presenta problemas: la presentación de los personajes, además de escueta, es algo atropellada. No sólo eso, si no que hay un blanqueamiento claro de los protagonistas, en especial de los villanos. Son eso, villanos, lo peor de lo peor, y al final parece que son buena gente y por tener un mal día acabaron en la cárcel. Vamos, que te irías de cañas con ellos. Las tramas amorosas tampoco ayudan. Lejos de ser un elemento más a veces se convierten en parte central de la trama. Que una película comercial haga ciertas concesiones es entendible, incluso excusable, pero que al menos las haga bien.

Suicide Squad ha sido un éxito de público, con una recaudación de cerca de 750 millones de dólares, pero adolece de muchos fallos. Una película que podía acercarse al Batman de Nolan, no por afectación del director, sino porque el material en el que está basada la película lo pedía, acaba desarrollándose en lugares comunes visto mil veces antes dentro del género.