A estas alturas Lost era ya todo un fenómeno sociológico, pero argumentalmente estaba en un callejón sin salida. Además es la temporada que coincide con la huelga de guinistas, pasando de los habituales veintitantos capítulos a catorce. Debe de ser una de las pocas series que mejoraron con la huelga de guionistas, eliminando paja e idas de olla.

La tercera temporada supuso el agotamiento de la fórmula que la serie utilizaba hasta entonces. Tres temporadas sembrando misterios, muchos resueltos a base de otros misterios más grandes, cada vez iba siendo más insostenible. Los creadores de Lost decidieron tirar por la calle de en medio y, en vez de darle cierta coherencia al relato, dieron rienda suelta a tramas y misterios cada vez más increíbles. A veces se suele apuntar que Lost quedó deslucida por su capítulo final cuando, en verdad, ese capítulo final viene a cerrar unos despropósitos que se iniciaron bastante antes.

Esta temporada introduce a varios personajes y varias reglas nuevas que, como siempre en esta serie, están para saltárselas. Los personajes de Faraday y Miles se incorporan al reparto, siendo lo más destacado hasta ese momento. Reaparece Michael, del que no sabíamos nada desde que huyó con su hijo Walt en el final de la segunda temporada. También forma parte de esta carta temporada uno de los episodios más recordados de la serie, La constante, dedicado al personaje de Desmond.

En ese rizar el rizo que caracterizó a Lost, se hace la primera alusión al templo de la isla y a mover la isla. Nunca importó mucho la propia coherencia interna, pero en esta temporada la serie se revela como lo que es: un gran truco de magia, artificios que nos mantenían enganchados a la pantalla. Y hay que reconocerle el mérito de cómo sabían dosificar la trama y plantar esos gigantescos cliffhangers al final de cada capítulo, deseando que llegara la semana siguiente para saber cómo se resolvían. Todavía quedaban dos años más de "engaños" para el que los quisiera disfrutar.