Para muchos, entre los que me incluyo, la serie terminó aquí. Todavía faltarían otras cuatro temporadas más hasta el final de la serie, pero el punto álgido de la serie, el culmen, es esta cuarta temporada. Todo lo que vino después fue estirar el chicle y marear a los espectadores. Como Supernatural unos años antes, con su quita temporada, Dexter sólo daría vueltas sobre sí mismo sin aportar nada nuevo.

Hablar de la cuarta temporada de Dexter es hablar de de Trinity, el antagonista más recordado de la serie. Si en la anterior temporada la trama giraba alrededor de la amistad y los secretos, en ésta el tema central es la familia y la normalidad. Para Dexter, tras su matrimonio con Rita y el nacimiento de su hijo, Harrison, es posible llevar una doble vida: por un lado la normalidad de un padre de familia, por el otro la excepcionalidad de un asesino en serie.

El paralelismo entre Trinity, padre de familia, y Dexter, es más que evidente. Según avanza la trama, nos damos cuenta que la idílica y sencilla vida de Trinity no es tal, es alguien sin sentimientos que somete a su familia, un tirano autoritario. Es un claro contraste entre él y Dexter. El final, con la muerte de Rita y el renacer de Harrison en sangre, rompe el sueño de Dexter de llevar una vida normal. Por su actividad nocturna, nunca podrá ser normal y siempre pondrá en peligro a su gente más cercana.

El leitmotiv principal de la serie, la búsqueda de una vida normal por parte de Dexter y el peligro al que supone para los que tiene cerca su doble vida, llega a su máxima expresión en esta temporada. A partir de aquí, la serie no volvería a alcanzar ese nivel. Y es que el final de esta temporada bien podría haber cerrado la serie.