Publicada en 1966, La luna es una cruel amante es una de las novelas más conocidas de Robert A. Heinlein, junto a Starship Troopers y Forastero en tierra extraña. También se trata, seguramente, de la obra más abiertamente política de Heinlein, coqueteando con el más puro panfleto político. En otras obras existe cierto equilibrio entre la trama propiamente dicha y el contenido político que incorpora a ésta. Unido al paso del tiempo, es algo que no le ha sentado bien a la novela.

La luna es una cruel amante es la historia de una revolución, la revolución de la Luna que lleva a nuestro satélite a la independencia. La Luna es un penal y está sometido a la Autoridad de La Tierra, gobierno que rige hasta el último aspecto de la vida en la Luna. La única manera de librarse de Autoridad es la revolución. Dicha revolución tiene claros ecos de la Revolución americana, que Heinlein asocia a un ideario concreto. De ideología libertaria o anarcoliberal, Heinlein no se corta un pelo en introducirla en esta novela. La Luna, como un escenario de frontera que recuerda al Oeste, es la ambientación elegida por Heinlein para dar rienda suelta a sus postulados. Desde esa defensa a ultranza del individalismo, hasta elementos contraculturales (en aquel momento) como el cuestionamiento de la familia tradicional y de las convenciones sexuales, La luna es una cruel amante es claramente un producto de su época.

Uno de los protagonistas de La luna es una cruel amante es el profesor Bernardo de la Paz, álter ego del propio Heinlein. Ésta será la herramienta que use Heinlein para verter sus diatribas políticas. Una parte importante de la novela está dedicada a los monólogos que suelta el profesor para aleccionar a los otros protagonistas y, de paso, también al lector. Soy defensor de poner las obras en su contexto y de no prejuzgar al autor/a por sus ideas, pero se hace muy cuesta arriba leer La luna es una cruel amante cuando cada pocas páginas te encuentras con un mintin de Heinlein sentando cátedra sobre sus ideas.