Happy Valley es una de esas series de las que a priori, por su argumento, no cabría esperar mucho. Nada que ver con las series high concept tan habituales hoy día, que parten de una premisa tan interesante que estamos deseando verlas en cuanto sabemos algo de ellas. Estrenada en abril de 2014, esta serie británica supuso un éxito de crítica y público para la BBC, que casi dos años después vuelve a la carga con otros seis episodios en una segunda temporada.

El punto de partida es la historia de Catherine, una sargento de policía que lidera a un pequeño equipo en un pueblo perdido de la campiña inglesa. Se producen una serie de crímenes brutales que Catherine y su equipo tienen que resolver. A primera vista, parece otra de tantas series británicas noir que ya hemos visto antes. El argumento no está lejos de las premisas de Broadchurch o Fargo. Pero es aquí donde Happy Valley se eleva por encima de la media, desplazando la trama de los crímenes a un segundo plano y centrándose en la historia de Catherine Catwood, una mujer de 47 años, divorciada y al cuidado de una hermana exdrogadicta y un nieto, que tiene dos hijos, uno está muerto y con el otro no se habla. Vamos, lo que viene siendo un drama.

El acierto está en unir el drama de Catherine con los crímenes, haciendo especial énfasis en las relaciones humanas, pero sin caer en un melodrama de película de Antena 3. Todo pivota sobre el personaje de Catherine y la necesidad de asumir las responsabilidades de nuestros actos. El reparto es otro acierto más. Sarah Lancashire, que interpreta a la sargento Catherine Cawood, está enorme, y no es la única. Siobhan Finneran lo borda interpretando a la hermana yonqui de Cawood.

Es inevitable pensar en otras pequeñas joyas que la televisión británica nos ha regalado estos años, como Line of Duty, Inside Men o The Shadow Line. Happy Valley ocupa un lugar destacado por méritos propios. Ya querrían muchas series para sí mantener la tensión a flor de piel como hace Happy Valley