Leer a Haruki Murakami es como decía ese popular anuncio de turrones: volver a casa por Navidad. Sucede lo mismo con otros autores; desde Amélie Nothomb a Paul Auster, manejan una serie de referentes y de códigos fácilmente identificables por el lector. La obra de Murakami está repleta de referencias a la cultura occidental (musicales, literarias...) que conforman un lugar común fácilmente transitable, salpicado de detalles 'exóticos' para el lector occidental. Aunque en realidad lo 'exótico' en Murakami no lo es tanto. Creemos estar leyendo la quintaesencia de la literatura japonesa cuando salvo por algunos detalles mínimos, Murakami podría pasar por autor occidental.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es la cuarta novela de Murakami, catalogada con la etiqueta de «ciencia ficción» y/o «distopía». En realidad esas etiquetas responden o bien a la pereza o bien a una estrategia comercial. El fin del mundo... es una novela, como casi todas las de Murakami, de fantasía. Funciona en cierta forma como paradigma de su obra: estructura binaria, el mundo del subconsciente que hace aparición en la realidad, personajes solitarios... sólo se echa en falta la presencia de gatos.

La novela narra la historia de un personaje del que nunca conocemos el nombre, cuya profesión, calculador, tiene que ver con una "guerra de la información" entre el Sistema y la Factoría. Ambas estructuras pugnan por la conservación/revelación de información. La profesión de calculador tiene que ver con el cifrado de información llevado a cabo por el Sistema. Paralelamente a esta historia, ambientada en el Tokio del despiadado país de las maravillas, está la narración del fin del mundo, de tintes claramente borgianos y fantásticos. El fin del mundo no es otra cosa que una ciudad amurallada. La única manera de acceder a ella es perdiendo la sombra y los recuerdos para después, paulatinamente, perder el corazón.

El recurso de una estructura binaria está presente en otras obras de Murakami, como Kafka en la orilla o 1Q84. La explicación al misterio que sobrevuela la novela, se empieza a intuir desde las primeras págimas, revelándose definitivamente en el tercio final del libro, donde las dos narraciones, que discurren paralelas, empiezan a encontrar puntos en común. No se trata de un libro con «sorpresa», donde el giro final sea determinante, pues es una obra más metafórica que narrativa. Una larga reflexión sobre la condición humana, el amor y la soldedad.

El Murakami de El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es un Murakami reconocible, que ha encontrado su estilo y voz particular que va a caracterizar al resto de su obra. Aunque no tan fascinante como otras de sus novelas, es una buena manera de reencontrarse con el autor o de iniciarse con su obra.