La quinta temporada de Fringe fue un epílogo de 13 episodios dirigidos al fandom de la serie. Ya se pudo vislumbrar el futuro en el que está ambientada esta temporada en un capítulo anterior. Y la serie como tal se cierra en la cuarta temporada, cuyo capítulo final podía haber servido también de final para la serie. Y en cierta manera lo es.

El argumento de esta última temporaba tiene que ver con los observadores, convertidos en villanos. Ahora son los que dominan el mundo, en una especie de gobierno autoritario de tintes fascistas, gracias a sus habilidades sobrehumanas. Peter, Astrid, Olivia y Walter son sacados del ámbar en el que llevaban conservados más de dos décadas por la Resistencia para combatir esta amenaza. Durante el primer tramo de la temporada, les acompañará Etta, la hija de Olivia y Peter, ya adulta. El macguffin de la temporada es el plan de Walter contra los observadores, que los llevará de un sitio a otro y alargará la trama demasiado, a pesar de constar sólo de 13 episodios.

El gran fallo de esta temporada es reconvertir a los observadores, parte fundamental de la mitología de la serie, en otra cosa. Y todas las implicaciones que ello conlleva: del otro universo, también parte esencial de la serie, sólo tenemos un pequeño guiño en el penúltimo episodio. La dinámica de grupo establecida en temporadas precedentes también salta por los aires. Ya no hay División Fringe, ni casos que investigar, y Nina y otros personajes de peso en la serie apenas aparecen.

Si ya en su momento no me gustó demasiado este epílogo innecesario, revisionar esta temporada final varios años después de su emisión me confirma dicho pensamiento. La serie se empezó a torcer en la cuarta temporada, con aquel borrado de la línea temporal que eliminaba a Peter de la memoria de los demás protagonistas. Y ya nunca se recuperó. Indiana Jones es una trilogía, Matrix sólo consta de una película y las temporadas de Fringe son tres.