Banshee se despide como llegó: sin hacer mucho ruido. No es Perdidos o Juego de Tronos. Lo que empezó en 2013 sin muchas ambiciones, se transformó en una serie con un mundo propio y unos personajes con carisma e idiosincrasia. En cierto modo, también anticipó o ayudó a popularizar una cierta manera de afrontar las escenas de acción, donde la serie nos ha regalado escenas memorables y mucha sangre, a la altura de las mejores.

Esta cuarta temporada ha tenido mucho de epílogo, de recolocar las piezas para decir adiós. Son varios los hilos argumentales en esta última temporada: el rescate de Job, los fantasmas de Hood, la venganza de Carrie, los problemas de Proctor, el asesinato de Rebecca... Todas las tramas se han resuelto en un final que ha situado a sus personajes en otra etapa vital.

La serie cierra las historias de los personajes de una manera coherente con sus tramas. Proctor encuentra el final que merece, igual que la historia de su sobrina, cuya muerte es hilo conductor de varias tramas esta temporada, también tiene un final. Hood sigue en el camino, Brock ejerce su papel de sheriff, Carrie se pone en paz con su pasado... Cada uno, a su manera, dice adiós y empieza otra nueva etapa.

Sin ser excesivamente dramático, es verdad que el final no es un final feliz. Cabría esperar algo más edulcorado o más sangriento, pero la serie se despide con un regusto amargo. No buscan el golpe efectista de matar a un personaje querido, pero tampoco dejan que salga indemne de estos cuatro años en Banshee.