Cormac McCarthy forma parte junto a Phiplip Roth y Thomas Pynchon de la santísima trinidad de novelistas estadounidenses, a veces ampliada con Don Delillo y Richard Ford. Algunas de sus obras han sido adaptadas a la gran pantalla, como la propia La carretera, Todos los caballos son bellos o No es país para viejos, y de otras como Meridiano de sangre se viene hablando de su adaptación desde hace años, sin terminar de concretarse. McCarthy tiene una sólida carrera como novelista, siempre alejado de los focos y con un punto misántropo que recuerda al fallecido Salinger.


La obra de McCarthy se ambienta en un espacio cultural y geográfico muy concreto, el sur y el oeste de EEUU, consiguiendo trascender, como Faulkner, esas barreras regionales y tendiendo de ellas hacia lo universal. No es lo único que lo une a Faulkner, también un lenguaje complejo, profundo y oscuro, aunque sin tantas florituras, más conciso y preciso. Hace de la economía narrativa una virtud. No sobra ni falta nada en un estilo sobrio y depurado de arabescos.

La carretera narra la historia de un padre y su hijo de nueve años, de los que no sabemos sus nombres, en un mundo postapocalíptico. La Tierra ha sido devastada por algún terrible suceso (tal vez un holocausto nuclear), dando como resultado un planeta muerto, frío y cubierto de cenizas. Es en este mundo donde un padre trata de educar a su hijo, que no ha conocido otro mundo, para sobrevivir, todo antes de la anunciada muerte del padre. Los personajes no tienen nombres, pero tampoco aparecen muchos topónimos. El mundo, como el tiempo, se ha desdibujado, convertido en algo estéril, y el único destino es el Sur.

El paisaje en la novela es tan desolador como el que aparece en Meridiano de sangre, cambiando el calor del desierto por frío yermo, pero compartiendo un espacio mítico donde no hay lugar para la moral, sólo la ley del más fuerte. Caníbales, gente desesperada y hambrienta conviven con los portadores del fuego, también desesperados y hambrientos; ambos comparten un único objetivo: sobrevivir. No hay premio por conseguirlo y la manera de lograrlo depende de los límites que cada uno se quiera marcar en el terreno moral

A penas sobrepasa las doscientas páginas, pero no le hace falta más para sobrecoger al lector. La carretera sobrecoge por la crudeza y realismo en la que nos muestra una humanidad que ha caído en la barbarie más absoluta donde los portadores del fuego, de la vida, han sido derrotados. El padre, antes de morir, dirige unas palabras a su hijo: "La bondad encontrará al niño. Así ha sido siempre y así volverá a ser". Como en una profecía autocumplida, su hijo es encontrado por otros supervivientes. Si son de los buenos, portadores del fuego, o de los malos, caníbales, está abierto a nuestra total interpretación.