Existe una costumbre que consiste en demonizar todo lo que se hace popular despreciándolo como algo de poca calidad. Haruki Murakami es uno de los que sufre este fenómeno, fomentando posiciones muy encontradas entre partidarios y detractores donde no existen (casi) posiciones intermedias. Murakami no es un mal escritor, pero tampoco es el mejor. Maneja muy bien los símbolos del imaginario colectivo de la globalización, y eso es parte de su éxito. También por eso se le acusa en su país de ser 'demasiado occidental'. Y tienen razón. Sus personajes escuchan canciones de rock de los sesenta, jazz, música clásica europea, además de multitud de referencias culturales fácilmente identificables por cualquier lector o lectora occidental. 

'Kafka en la orilla', publicada en 2002, narra la historia de Kafka Tamura, un adolescente de 15 años sobre el que pesa una profecía edípica: se acostará con su madre y con su hermana, además, matará a su padre. Paralela a esta historia, se nos narran las peripecias de Satoru Nakata, un anciano que después de padecer un extraño incidente cuando era niño, sufre una discapacidad y tiene el poder de hablar con los gatos. En una estructura binaria, se van alternando los capítulos de uno y otro hasta el final. 

El libro, para el que ya haya leído alguna obra de Murakami, es más de lo mismo. Decía el autor argentino Adolfo Bioy Casares, ya anciano, que un escritor sólo habla sobre uno o dos temas a lo largo de su vida. Pese a ser una sentencia que no siempre se cumple (y tampoco creo que sea algo malo per se), en el caso de Murakami es una realidad. Su esquema es: personaje masculino solitario y bastante intenso se enamora de una mujer también solitaria y rara de cojones. Su relación no puede ser. Aparecen gatos y hace presencia lo sobrenatural. Ocurren muchas cosas porque sí. Si entras en la historia asumiendo que esto es lo que te espera, sus libros son bastante entretenidos. Tampoco creo que Murakami pretenda otra cosa.

Mención aparte merece el contenido político. El conflicto casi nunca aparece y si lo hace es para desproblematizarlo y reducirlo a la caricatura. ¿El movimiento estudiantil universitario? Nunca sabemos por qué se manifiestan, cuáles son sus demandas, sólo aparecen en el libro como los asesinos del novio de uno de los personajes. ¿Feministas? Las ridiculiza atribuyéndoles unas demandas que nada tienen que ver con el movimiento feminista. ¿Un trabajador con conciencia de clase? El marginado al que nadie hace caso por pesado. El discurso de Murakami es el del individualismo más absoluto. 

Como en '1Q84', al final al libro le sobran páginas. Sin ser una mala obra, no es de las más redondas que tiene. Desde luego, si no has leído nada de Murakami, quizás sea mejor empezar por otro libro suyo para no salir espantado a las primeras de cambio.