A Bret Easton Ellis, escritor norteamericano, le endosaron la etiqueta de enfant terrible ya desde su primera novela, Menos que cero.  Una etiqueta que se cuelga a autores generalmente jóvenes y transgresores, y que frecuentemente responde a una visión conservadora de la literatura y de la vida. Así, transgresor en literatura puede ser escribir novelas guarras como Juan Manuel de Prada; o autores del establishment convertidos en figuras públicas gracias a columnas de opinión y a su participación en medios de comunicación. Se da la paradoja de que estos autores y prescriptores literarios, siempre en contra de la cultura de la cancelación, son los primeros en cancelar obras y autores que atacan su moral conservadora. Que es un poco lo que le pasó a Bret Easton Ellis con la publicación de su tercera novela, American Psycho: le llovieron hostias a diestra y a siniestra.


Bret Easton Ellis es un escritor transgresor por ciertos temas que trata, pero sobre todo por la forma en la que los trata. Nacido en 1964, reflejó en Menos que cero la angustia existencial de la Generación X, hoy boomers y dueños del cotarro. Una novela a la que le salieron clones por todas partes, algunos muy ridículos como Historias del Kronen de José Ángel Mañas, y otros más logrados como Bajar es lo peor de Mariana Enríquez.


American Psycho, como buena novela posmoderna, es muchas cosas a la vez: es un reflejo de su época, una crítica al reaganismo y a los yuppies de los ochenta, pero también es una novela de terror que plasma muy bien la cultura pop. Unas referencias pop bien entendidas, no cómo en Stranger Things, que te arrojan nostalgia a la cara. Desde las largas descripciones del atuendo y vestimenta de los personajes, pasando por las especificaciones técnicas de aparatos electrónicos y los capítulos dedicados a artistas y cantantes como Whitney Houston o Phil Collins. Por no hablar de la cantidad de referencias a la cultura televisiva y audiovisual estadounidense de finales de los ochenta. Todo esto narrado desde el punto de vista del protagonista, Patrick Bateman, un yuppie psicópata admirador de Donald Trump, en forma de monólogo interior o flujo de conciencia. Bateman es un narrador no fiable que nos describe su día a día de fiestas, comidas, drogas y sexo, hasta que su estado mental se va deteriorando y a lo anterior hay que sumarle asesinatos, torturas y violaciones.


Ellis consigue en American Psycho que su narración vaya en crescendo: de las conversaciones insulsas y atolondradas sobre cómo combinar cinturón y zapatos pasa a narrarte asesinatos brutales casi sin que te des cuenta. Empieza con frases y aseveraciones de hechos terribles que te desconciertan como lector, para poco a poco narrar esos hechos en escenas que dejan bastante mal cuerpo y que me recordaron al Ketchum de La chica de al lado. Valorar las intenciones del autor tiene un alto componente subjetivo, pero respecto a las críticas a Ellis y al libro, que algunos tachan de machista y homófobo, creo que erran el tiro. El protagonista es un psicópata, un ser sin empatía, pero confundir personaje con autor es un error. Especialmente en esta novela, en la que el personaje no es una extensión del autor y sus ideas, sino todo lo contrario. Es la versión literaria de Están vivos, de John Carpenter, pero desde el punto de vista de uno de los extraterrestres que invade y domina la Tierra.


La influencia de American Psycho y de Ellis y su obra en la cultura popular es amplia. Nacho Vegas escogió varias frases de sus libros como títulos para sus discos, como el caso de Esto no es una salida y Desaparezca aquí. O la rima atroz de Calamaro en Enola Gay que decía aquello de "Easton Ellis y mi abuelis" y citaba a American Psycho. Aunque si hay algo inolvidable es ese viaje en talgo de casi siete horas en el que empecé a leer Lunar Park sin saber que era una novela de terror. Esa no la vi venir.


Easton Ellis, B. (2011). American Psycho. Picador.