Entre 2013 y 2014 Tom Cruise encadenó dos cintas de ciencia ficción y acción, Oblivion y Edge of Tomorrow. Ambas son la cara y la cruz de una misma moneda. Lo que en una funciona, en otra es un completo desastre.

Desde 2001, el futuro siempre es un lugar aséptico de tonos claros. Parece el siguiente paso evolutivos: del homo sapiens al Ikea, con sus muebles minimalistas. En Oblivion la ambientación y la fotografía tiene ese estilo precisamente: Tonos blancos y líneas claras.

Oblivion es la historia de Jack Harper, un técnico reparador de drones. La Tierra fue atacada por una raza alienígena, los carroñeros. Se consiguió ganar la guerra, pero el planeta quedó contaminado. La humanidad emigró a Titán, pero todavía necesitan algunos recursos de la Tierra, como el agua. Harper se encarga de supervisar y arreglar  los drones que se encargan de proteger esos recursos de los carroñeros que todavía quedan. Harper no trabaja solo. También está su mujer con él. Ambos han sido sometidos a un borrado de memoria por cuestiones de seguridad y esperan unirse pronto al resto de supervivientes en Titán.

Hacia la mitad de la película la historia da un giro. No todo es lo que parece: ni su mujer es su mujer ni trabaja para la humanidad. Sin saberlo, está trabajando para el verdadero enemigo, que nunca fue destruido. Hay alguna sorpresa más. El problema de la película es que se ven venir, y no termina de aprovechar todo el potencial. Otra película similar en cuanto al giro, Moon, sí supo aprovecharlo y plantear temas interesantes, utilizando ese recurso como medio y no como fin. No se trata (sólo) de querer sorprender al espectador, también tiene que aportar algo argumentalmente. A pesar que la segunda mitad la película se encasquilla y tira por lo fácil, con escenas de acción, explosiones y mucho CGI, Oblivion es una película entretenida que se deja ver.