El periodo de entreguerras es un momento convulso en la historia de Europa, es una época de crisis y también quizás por ello un tiempo de eclosión creadora.
Todavía los grandes centros culturales y de difusión eran europeos: París, Londres, Viena, Berlín... las capitales europeas concentraban el talento mundial y actuaban como crisol de ideas. Karel Capek y su obra son producto de este contexto, de este mundo que se deslizaba hacia el desastre.


Sobre la obra de Capek, destacar dos de sus obras de teatro, R.U.R. y La peste blanca. A la primera, ya se ha dicho muchas veces, le debemos la palabra  «robot» y la popularización de la rebelión de las máquinas dentro del género de la ciencia ficción, y la segunda, escrita en 1937, nos recuerda el peligro de los totalitarismo en forma de plaga -¿hola 2020?-. Dentro de sus novelas, de las traducidas al castellano, está lo mejor de su obra: La guerra de las salamanbras y La krakatita. La primera, una sátira muy gamberra sobre su época y la segunda una advertencia sobre los peligros de la ciencia al servicio de unas ideas equivocadas.


Karel Capek, checoslovaco, fue un intelectual comprometido y un declarado antifascista, compromiso e ideas que atraviesan su obra. Si no hubiera muerto de neumonía unos meses antes de la invasión de su país por la Alemania nazi, es fácil suponer que hubiera compartido el mismo destino que su hermano, asesinado en un campo de concentración. Su estilo combina la fábula, la denuncia social y la sátira dando como resultado un estilo único.


En La guerra de las salamandras, historia sobre el descubrimiento de una especie de salamandras inteligentes capaces del raciocinio y de la manipulación de herramientas con sus pequeñas manos, Capek lleva al extremo este estilo. Estas pequeñas salamandras serán esclavizadas para usarlas como mano de obra barata, pero pronto sucederá una explosión demográfica que hará que las salamandras superen en número a los humanos y eventualmente acaben con ellos. Capek utiliza distintos puntos de vista y distintos registros: podemos leer un pequeño ensayo sobre la reproducción sexual de las salamandras, un panfleto alemán sobre la superioridad racial de sus salamandras, las actas de una sesión del consejo de administración dueño de las salamandras... Capek recorre todos los estamentos, científicos, militares, políticos, culturales para no dejar a títere con cabeza.

Como en La krakatita, en La guerra de las salamandras Capek muestra su preocupación por la ciencia y la idea de progreso. Algo que compartía con algunos intelectuales de la época como Walter Benjamin y su idea del socialismo como freno de emergencia de la historia. Si hay un ejemplo de modernidad, de eficiencia y eficacia, es la maquinaria nazi de exterminio. La ciencia y la tecnología al servicio de la muerte y la barbarie. Así, las salamandras son utilizadas para cambiar el mundo, construir nuevos continentes, nuevas islas, abren una nueva época de progreso y avance, pero en el mismo corazón de ésta, habita la semilla destrucción. Con la rebelión de las salamandras, la destrucción del mundo y la práctica erradicación de la humanidad, comienza la edad de las salamandras, contaminadas de humanidad y capitalismo, condenadas a repetir los mismos errores de los seres humanos. Lo único que nos queda al acabar el libro es una sonrisa cínica, pues Capek no ofrece soluciones.


La guerra de las salamandras, por derecho propio, merece figurar en ese panteón (marcadamente anglosajón) de grandes distopías junto a La guerra de los mundos de H. G. Wells, Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.  Las recientes ediciones en castellano de Impedimenta y Libros del Zorro Rojo de La guerra de las salamandras, además de vaciar preocupantemente nuestros bolsillos, hacen justicia al libro de Capek. ¡Qué felicidad más tonta!