Brenda Navarro, mexicana afincada en España, publicó su primera novela Casas Vacías en formato digital en 2018, y tras su éxito, Sexto Piso se encargó en 2019 de distribuir el libro en formato físico.
Un camino sin duda diferente al recorrido por otras autoras de su generación. A pesar de lo cual, comparte ciertas características, más allá del estilo, con sus coetáneas: una de ellas es que ha sido traducida a otros idiomas. De lo particular, lo pequeño, a lo universal.


Como en Matate, amor de Ariana Harwicz, en Casas Vacías uno de los temas centrales es la maternidad: es lo que se espera de las mujeres. Ser madres, dedicación absoluta a los hijos de por vida,  la maternidad como unidad de sentido de una vida y también como violencia, el alfa y el omega de una mujer. Si Harwicz se centraba más en su novela en el tema de la depresión posparto y sus consecuencias, Navarro se sirve de la maternidad para tratar otros temas: desde la inmigración a EEUU, pasando por la enfermedad mental, el autismo, la violencia machista... Todo esto en una novela bastante breve, que no llega a las 180 páginas.


Hablando de la novela en sí, está construida con una estructura a dos voces: dos madres, dos clases sociales, que dialogan sobre todos estos temas, especialmente sobre ser madres y sobre la desaparición, en este caso de un hijo. No se puede olvidar el contexto mexicano, los cientos de desaparecidos por la violencia del narco. Navarro prefiere obviar eso en su novela para no perder el foco, y la verdad es que es un acierto. Estas dos madres dialogan a lo largo delas tres partes de las que se compone la novela, a modo de pregunta-respuesta. También existe la ambivalencia de la víctima-victimario. Una víctima no es un ser de luz, también es capaz de convertirse en victimario. La condición de víctima no exime de responsabilidades ni impide convertirse en un ser que ejerce la violencia contra los demás y/o contra uno mismo.


Si en Menos que cero de Brett Easton Ellis estaba presente el cartel que rezaba Desaparezca aquí que representaba esa pulsión nihilista de la Generación X, en Casas Vacías sobrevuela un espíritu de época que se puede encontrar en Mónica Ojeda, Laura Ferrero, Mariana Enríquez, Ottessa Moshfeigh o Valeria Luiselli. Como cantaba Evaristo en La última patada, Casas vacías se convierte en "una buena y bonita patada" en todos los morros.