Sam Youd (1922-2012) fue un escritor británico que bajo el seudónimo de John Christopher escribió numerosas novelas y relatos de ciencia ficción. Aunque utilizó muchos y muy diferentes alias, la obra escrita con el nombre de John Christopher es la más reconocida. Tanto, que cuenta con varias traducciones al castellano, sobre todo de los setenta y ochenta. Las trilogías La espada de los espíritus y Los trípodes, dirigidas a un público adolescente, fueron traducidas en su momento al castellano. Y en ellas se resume un poco la obra de Youd: cataclismo o catástrofe que acaban con la civilización y que retrotraen a la humanidad a estadios anteriores con reminiscencias de la Edad Media. Y casi siempre el escenario es Inglaterra. 


Cuando buscas novelas y relatos similares o parecidos a los de John Wyndham y J. G. Ballard, además de Los genocidas de Thomas. M. Disch, La hora final de Nevil Shute y Un verano infinito de Crhistopher Priest, siempre aparece La muerte de la hierba de John Christopher. Y una vez leído, es fácil entender el porqué. Su obra, como la de otros tantos autores británicos de la época, bebe de la de H. G. Wells. Pasada por los tamices de la época, en este caso de la década de los cincuenta del pasado siglo, pero es fácil apreciar esa influencia cuando no directamente una copia, como su trilogía de Los trípodes. Decir que esa obra está inspirada en La guerra de los mundos de Wells es ser muy generoso.


La muerte de la hierba es la historia de una catástrofe: el virus chino Chung-Li acaba con las plantas. Primero empieza con el arroz, pero luego afecta a casi todos los cultivos menos al de la patata. Y se va expandiendo de este a oeste. Cuando primero afecta a los países asiáticos, que quedan sumidos en el caos, la destrucción, el canibalismo y luego la nada más absoluta, pues mueren todos de hambre, se habla de ello de una manera condescendiente. Pobrecitos que no están civilizados, esto en occidente no puede pasar. Hasta que efectivamente pasa. La novela abre con un primer capítulo donde dos hermanos, casi adolescentes, pasan el verano en la granja de su abuelo. Uno de ellos, David, muestra interés por la tierra y el tipo de vida que lleva su abuelo. El otro, John, quiere ser ingeniero. Muchos años después, David ha heredado la granja del abuelo, que se la dejó como herencia para que conservara el legado familiar. Mientras, John es ingeniero y vive en Londres con su familia. Cuando llegan las primeras noticias del virus chino, no le dan mucha importancia, pero conforme se comienza a expandir, David hace planes de atrincherarse en su granja, invitando a su hermano John, a su mujer Ann y a su hija Mary a unirse a él. Pero John no acaba de ver la amenaza. Al final, las cosas, como no podría ser de otra manera, se acaban complicando. Gracias a un amigo suyo, Roger, que trabaja en el gobierno, se entera de que este quiere lanzar bombas nucleares en las grandes ciudades y exterminar a la mayoría de la población para que, como mal menor, los restantes puedan sobrevivir. John, junto a su amigo y sus familias, deciden escapar de Londres para llegar a la granja de su hermano. Al menos allí, convertidos en granjeros, no se morirán de hambre. Y este es el planteamiento inicial de la novela, porque la trama de verdad empieza ahora, con ese viaje de John a la granja de su hermano.


Las ideas presentes en La muerte de la hierba pueden observarse en novelas como El camino de McCarthy, películas como 28 días después de Boyle y cómics como The Walking Dead de Kirkman. Un grupo de supervivientes de una catástrofe van en busca de un refugio mientras la civilización acaba hundida. Y a lo mejor es eso lo que sorprende de La muerte de la hierba, lo rápido de ese hundimiento. Al menos en apariencia, porque como el cambio climático o la falta de hidrocarburos, lo del virus chino se veía venir. Pero nadie hizo nada porque nadie creyó pasaría. John, en menos de una semana atravesando Inglaterra para llegar a la granja de su hermano, ve como violan a su mujer y a su hija, es desvalijado por asaltantes, se convierte en asaltante y asesino y destierra, en definitiva, los valores de una época caduca. El personaje llega a decir algo así como que la piedad y la compasión son sentimientos que su mundo actual no tienen cabida porque no se los pueden permitir. Si hay que competir por unos recursos escasos, no hay lugar para la generosidad.


Literariamente está por debajo de John Wyndham, que escribía mucho mejor. Le falta también humor, cosa que siendo inglés, no me acabo de explicar del todo. Y tiene pesimismo a raudales. Es curioso observar en una novela de los cincuenta una mirada tan crítica sobre la idea de avance y progreso. Esta vez la ciencia no va a salvarnos. Y luego está su valoración tan negativa del ser humano. Al final, con la llegada del colapso civilizatorio y sin ayuda de la ciencia, nos vemos reducidos a una tribu, que tiene más en común con los primeros agricultores del neolítico que con el feudalismo. O no. En cualquier caso, lo comprobaremos pronto. Si un barco atravesado en mitad del canal de Suez es capaz de crear una disrupción en el comercio mundial y en la cadena de suministros, ¿qué no pasará en el futuro? Al menos siempre nos quedará la patata.


Christopher, J. (1976). La muerte de la hierba. Ediciones Guadarrama.
Christopher, J. (1976). The Death of Grass. Pergamon Press.