El miedo a la destrucción nuclear surge en la ficción cuando sólo es una posibilidad teórica, como demuestra muy bien el checo Karel Capek en su novela La krakatita, publicada en 1922. La I Guerra mundial fue un ensayo de todos los horrores por venir antes desconocidos y que la II Guerra Mundial confirmó: los campos de concentración como mejor y mayor expresión de la modernidad. Unas fábricas de muerte altamente eficientes. También nos dejó algo que se intuía décadas antes pero que se convirtió en una obsesión durante la Guerra Fría: el terror nuclear. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki trajo consigo la posibilidad de la aniquilación total y absoluta del mundo y todos los seres vivos que lo habitan.


La hora final es una película dirigida por Stanley Kramer, protagonizada por Gregory Peck y Ava Gardner, con unos secundarios de lujo como Fred Astaire y Anthony Perkins, y escrita por John Paxton. Estrenada en 1959, está basada en la novela del mismo título escrita por el angloaustraliano Nevil Shute, publicada un par de años antes. En La hora final los últimos supervivientes de una guerra nuclear viven en Australia esperando que la nube y los vientos nucleares arrasen este país y acaben con ellos. Hay una historia de amor entre el personaje interpretado por Peck, un capitán estadounidense de submarino y Gardner, pero sobre todo el tono es de resignación y a veces incredulidad. El personaje de Perkins es un joven teniente de la marina australiana que vive con su mujer y con su hijo recién nacido, sabiendo ambos que no hay futuro para ese bebé. De hecho la opción del gobierno para aliviar sufrimientos a la población es la eutanasia a través de una pastilla. Película desoladora y bella al mismo tiempo con un Fred Astaire que fuma como fuman los hombres de verdad, sin quitarse el cigarro de la boca y con naturalidad. Si no te mata la radiación, te mata el cáncer, porque madre mía lo que se fuma en esta película. Stanley Kramer dirigiría otro peliculón más en su carrera, ¿Vencedores o vencidos?

Si La hora final es la versión anglosajona de Hiroshima mon amour de Alan Resnais, con ese toque nostálgico de belle epoque, Punto límite inaugura una nueva época, la de los convulsos años sesenta. Estrenada en 1964, tan solo dos años después de la crisis de los misiles de Cuba que tuvo al mundo al borde de la guerra nuclear, se centra en las posibles consecuencias de un malentendido y en lo fácil que sería desencadenar una guerra de este tipo. 

Dirigida por Sidney Lumet, está protagonizada por Dan O'Harlihy, Walter Mathau  y Henry Fonda. O'Harlihy interpreta el papel de militar racional que quiere evitar a toda costa una guerra, Mathau el de científico sin escrúpulos que aboga por la guerra nuclear apelando a los fríos números, y Fonda es el (mejor) presidente de EEUU. Está basada en una novela de Eugene Burdick y Harvey Wheeler.

Debido a un error humano un grupo de aviones estadounidenses se dirigen a la URSS para lanzar un ataque nuclear sobre Moscú. Fonda, en su papel de presidente de EEUU, tratará de derribar sus propios aviones y de convencer a la URSS de que todo es un error, tratando de evitar el conflicto nuclear. O'Harlihy, que interpreta al general Black, será la voz de la sensatez entre los militares, ansiosos de entrar en guerra. Mientras que Mathau es el científico encarnación del mal, puro materialista sin empatía.

Punto límite es una de esas películas que te mantiene en tensión constante durante las casi dos horas que duta, sin dar tregua al espectador. Como curiosidad, el sueño de Black con el que se inicia la película, sobre un torero en una plaza de toros.

Siete días de mayo también se estrenó, como Punto límite, en 1964. Dirigida por el gran John Frankenheimer, está protagonizada por Burt Lancaster, Kirk Douglas, Fredric March y Ava Gardner. También, como Punto límite, está basada en una novela. El presidente Lyman ha llegado a un acuerdo con la URSS para el desarme nuclear. Esto es visto por el general Scott, interpretado por Lancaster, como una traición, e inicia un complot para dar un golpe de estado y deponer al presidente. El coronel Casey, asistente de Scott, descubre el complot y se pone en contacto con el presidente Lyman. La película narra esta partida de ajedrez entre oponentes políticos: los halcones de la guerra contra los demócratas, que disponen de siete días para desmontar el complot. Lancaster interpreta uno de sus mejores papeles, el de un general nacionalista y carismático que utiliza una retórica patriótica para ocultar su autoritarismo y su militarismo. Nada que no se pueda escuchar hoy en día, por desgracia. Douglas aquí interpreta el papel de militar patriota pero comprometido con el régimen liberal. Película también de dos horas pero que se pasan como un suspiro. Como curiosidad, la película está ambientada unos años en el futuro. Hay tecnologías como la videollamada y una especie de internet. Le da un toque retrofuturista bastante raruno, sobre todo acostumbrados como estamos al steampunk y derivados.


Estado de alarma es una coproducción angloestadounidense. Dirigida por James B. Harris, está protagonizada por Richard Widmark y Sidney Poitier. Como curiosidad, aparece un joven Donald Sutherland interpretando un pequeño papel secundario. El Bedford es un barco estadounidense con capacidad nuclear capitaneado por Eric Finlander. Finlander, interpretado por Widmark, es un capitán que dirige a sus hombres con mano de hierro. Nadie se pone enfermo en el Bedford, nadie duda de sus órdenes. Ben Munceford, interpretado por Poitier, es un fotógrafo de prensa destinado en el Bedford para un reportaje. Cuando Finlander se obsesione por hacer salir a la superficie a un submarino ruso, Munceford cuestionará al capitán. También basada en una novela, Finlander es un moderno capitán Ahab persiguiendo a la ballena blanca. La película alerta de los peligros de que acciones individuales deriven en pequeñas escaramuzas que a su vez provoquen una escalada imposible de parar que acabe con el uso de armamento nuclear. Y como en el caso de Punto límite y Siete días de mayo, la hora y cuarenta minutos que dura Estado de alarma se hace hasta corta, porque se pasa rapidísimo.


Si exceptuamos La hora final, con un ritmo más pausado y contemplativo, llama poderosamente la atención que películas dirigidas hace casi sesenta años tengan un ritmo tan trepidante. El lenguaje cinematográfico ha cambiado mucho desde entonces, pero ciertos recursos son los mismos. No hacen falta tropecientos planos ni un dinamismo exacerbado para mantener la atención del espectador. Por otro lado, en cuanto a contenido, son películas valientes, que defienden el pacifismo y el desarme nuclear y denuncian los discursos de odio. Si no fue suficiente con el revival de los ochenta, ahora además de pandemias mundiales también vuelve el terror nuclear. A mí que me conecten ya a Matrix.