The Walking Dead llega al final de su séptima temporada y se empieza a notar demasiado la falta de ideas. Todo este proceso viene de mucho antes. Ya la anterior temporada generó sensaciones encontradas, con esa muerte/no muerte de Glenn que alargaron hasta el infinito.

Esta séptima temporada contaba con el factor Negan, el supervillano del cómic de Kirkman. El personaje, interpretado por Jeffrey Dean Morgan (Winchester padre), ha sido el elemnto estrella de esta temporada, tanto para bien como para mal. Y es que es muy difícil trasladar a la pantalla un personaje tan peripatético y exagerado como el Negan del cómic sin llegar a caer en el ridículo. El final de la sexta temporada se enfocó como la presentación de Negan, jugándoselo todo a una carta. La resolución final de esa presentación no llega a estar a la altura de lo esperado, precisamente, por previsible.

The Walking Dead vuelve a repetir la fórmula ya conocida de separar a los personajes principales para unirlos en la lucha final. Rick vuelve a estar contra las cuerdas y nuevamente resurge de sus cenizas. Lo mismo sucede con Carol, Daryl... Al final Negan no ha sido el revulsivo esperado, que empuje a los personajes un poco más allá, y se ha convertido en otro Gobernador más, el malo de final de nivel que hay que superar para pasar a la siguiente fase.

Sin llegar a ser aburrida (por dios, que hay zombis), The Walking Dead vuelve a caer en esquemas repetidos y en golpes de efecto gratuitos. Esperemos que la próxima temporada remonte y no desaprovechen a Negan. ¡No queremos otro Terminus!